5ªVisita (Visita Obligatoria): Calle del Doctor Fourquet
Galerías de la calle Doctor Fourquet.
Visita realizada el viernes 19 de octubre del 2018.
Ayer me dirigí a la famosa calle Doctor Fourquet a la cual todo artista debe ir. Mis expectativas estaban bastante altas y, desgraciadamente, no fueron alcanzadas. Incluso la tarde era idónea, pues un cielo gris encapotaba la ajetreada ciudad de Madrid mientras caían silenciosas gotas de agua. Como impresión global y general, no me han gustado. Partiendo de la base de que hoy en día predomina la estética neoyorquina en la que el modelo de galería es una pequeña sala blanca con las paredes desconchadas y un techo de tuberías oxidadas, no se podía pedir mucho más. Esta estética moderna y "hipster" no me da mucha confianza.
Tras unos pequeños problemas cerciorándonos de que estábamos en el sitio correcto, divisamos la primera galería de nuestra visita. La Galería de Moisés Pérez de Albéniz posee una fachada realmente prometedora. Ésta está cubierta con una pintura mural psicodélica que me recuerda a visiones a través de un microscopio de placas de cultivos, como si un virus se expandiera en una solución morada. Así que entramos, y lo primero que vimos fueron las paredes blancas iluminadas por luces aleatorias e igualmente blancas. Apenas había metros cuadrados que ver, con elementos aleatorios que no sé si pertenecían a la galería como obra de arte o si eran parte del propia inmobiliario de la sala. Había tres lienzos con tres fotografías: dos de ellas mostraban el laberíntico y retorcido recorrido de un río de lava solidificada; y el tercero mostraba una imagen similar a la fachada de la galería, algo disolviéndose en algo. La lava es fascinante, y solidificada aún más pues crea formas de lo más interesantes. Sin embargo, no es mérito del artista fotografiarla y colgarse la medalla de la creatividad. Es decir el mérito, en todo caso, sería de la lava. También había en el suelo elementos que ni siquiera sé describir, pues eran una especie de masa arenosa y afilada, congelada sobre unas vigas en el suelo. Tan pronto como entré a esta galería, salí con una impresión vacía e indiferente.
Nuestra siguiente parada fue la Galería Alegría, con la actual exposición de Matt Smoak. Este supuesto artista americano nos ha traído su mayor esfuerzo para representar su personal evocación del verano. Algo así como una performance, lo primero que vi al traspasar el umbral de la puerta fueron huevos. Muchos huevos. Huevos descascarillados sobre unos tablones de madera, huevos en el suelo entre tocones de madera, huevos enganchados a unas prendas de ropa andrajosas colgadas en un perchero... Al menos, logró captar mi atención solo por resultar extraño y gracioso.
Según estuve informándome, el autor ha reunido un amasijo de objetos (sobre todo huevos) y los ha fusionado como le ha venido en gana para evocar el verano. En la anterior foto hay un lienzo con de dudosa calidad artística, donde el artista ha decidido pegar sobres de cartas e incluso papeles publicitarios. En fin. Otras "obras" de esta galería eran unos huevos que se juntaban tímidos en el suelo -que si te descuidas puedes pisarlos- atados entre dos trozos de madera. Esta pieza nos habla de la similitud entre el sol y la yema del huevo así como el paralelismo que existe entre el nacimiento de la vida y el propio huevo.
Otra pieza a destacar fue una especie de lienzo hecho con un pantalón hecho un embrollo y unido mediante grapas. Curioso solo durante unos segundos.
Sin embargo, lo único interesante de esta galería se encontraba en la parte trasera de la misma. En un pequeño hueco de una pared que ha tenido épocas mejores, se encontraba discretamente colgado un magnífico cuadro totalmente discordante al resto de obras que allí había. Creo que ni siquiera era del artista de la exposición del momento, pues no tenía absolutamente nada que ver. El trazo y los colores me recordaron bastante a Goya, pues se nos presenta un sencillo jarrón de flores en un ambiente muy turbio y pesado.
Los pétalos rojizos de las flores parecen estar derritiéndose por el calor de los colores que los rodean. Los trazos son pesados y tristes, creando una atmósfera que me recuerda a las pinturas negras de Goya. La luz, casi inexistente por su arbitrariedad y su antinaturalidad, alumbra una pequeña porción del cuadro, destacando sobre el resto de pinceladas oscuras. Sin duda, la única pieza de toda la sala que merecía la pena ver, pues es realmente interesante.
Con un aire algo más animado, nos adentramos en otra galería más, dispuestos a que nos intentaran vender cualquier locura más. La galería Delimbo nos ofrece la truculenta exposición de Matías Sánchez. Esta es una de sus obras que cubre la parte posterior de la tarjeta de visita de la galería, pero sirve para ilustrar el resto de obras que allí se reunían. Visto un cuadro, vistos todos. Matías primero cubre sus lienzos con una serie de manchas a cada cuál mas grumosa y pastosa (lo cual me gusta bastante), para después ir salpicando el cuadro con turbios rostros y personajes. Me pareció curioso el aspecto poco cuidadoso de el cuadro en general, para después apreciar el detalle que el artista procura a elementos como huesos. Los huesos eran lo mejor de cada cuadro. De repente, una cara monstruosa aparecía detallada con un bocadillo emergiendo de su boca pero totalmente vacío de mensaje para el espectador. Sus obras son, básicamente, la repetición del mismo tema con variaciones poco sustanciales. Pero bueno, esto lo hacían los impresionistas por lo que no lo critico como tal. Había muchas figuras que parecían ser perros deformes que inmediatamente me recordaron a los famosos perros del ilustrador Joaquín Xaudaró. Por lo tanto, quise creer que era una especie de sátira burlesca.
Antes de irme, visualizo la única obra distinta a las demás y que realmente me impacta. El deforme y perjudicado ratón negro (o eso al menos es lo que parece) se impone ante un impactante fondo rojo intenso. Me gusta porque me transmite inquietud, fealdad y nerviosismo, lo cual me parecen cualidades muy atrayentes en una obra. Esta es la única pieza que logro salvar.
La penúltima sala que visito hizo que me fuera a casa con una mejor impresión, pues esta si que me pareció realmente interesante. La galería Espacio Mínimo recoge la obra Desayuno en la hierba (copiando adrede el título de Manet), de Nono Bandera. La obra se basa mucho en la cerámica, hasta los cuadros giran en torno a esto. Según las vivencias personales del autor, sus obras contienen sus propias creaciones de cerámica. En una pared de la galería se reúnen los bocetos de todas las obras que allí se exponen. Un cuadro me llamó especialmente la atención por su originalidad. Una mujer desnuda se muestra ante nosotros con un rostro que recuerda a las mujeres de los años 50. Nada fuera de lo común salvo que sus miembros se encuentran atravesados por tablones que sujetan un jarro sobre el trozo de carne diseccionado. ¿El significado? No lo sé, pero me encantó esta obra. De la misma manera, aparece perfectamente dibujado un niño de ojos brillantes y cabello dorado, cuyo rostro aparece perforado por trazos geométricos verdes y rojos (los colores que más impactan el vista). Al lado del niño se representa un jarrón, con diseños geométricos verdes y rojos, que desentona con la técnica pictórica con la que esté hecho el niño.
La última galería reservaba para mí una sorpresa, pues yo ya estaba dispuesta a marcharme sin haber adquirido un nuevo artista al que seguir. Nos topamos con la galería Silvestre. En ella, las obras de Gabriella Bettini me conquistaron. Me parecieron realmente preciosas. Su colección de obras Primavera Silenciosa, muestran dos aspectos que me fascinan: vegetación e insectos. Sus lienzos de color agrisado muestran todo tipo de plantas representadas con gran estilo y sencillez, rodeadas por insectos de toda índole, aunque también se representan anfibios como sapos y ranas. Cuando el cuadro logra enamorarte tanto por la belleza del tema como por la belleza del estilo del artista, choca toparse de repente con los fragmentos cuadrados coloreados que atraviesan la obra. En casi todos los cuadros el artista ha colocado una especie de gruesa veladura sobre una sección de la obra para ofrecer distintos colores, supongo. Realmente no sé si me gusta o no esa elección, pero sin duda alguna es totalmente original para mí.
Es una lástima que la calidad de la foto no refleje la calidad de la obra, porque son realmente geniales. No puedo ser del todo objetiva porque me encanta ese forma de dibujar plantas y seres vivos, por lo que para mí son una conquista total. Eso sí, cuando miré la lista de precios quizás me pareció algo -por no decir bastante- desorbitados.
Concluyendo, no me gustaron la mayoría de cosas que vi, pero esto no es malo. Es decir, hay que ver obras de todo tipo para expandir tu criterio artístico y así descubrir que cosas te gustan realmente y que no. Incluso algo que no te gusta puede tener ciertas cosas que sí, y viceversa. No obstante, encontrar las obras de Gabriella Bettini ya fue suficiente para marcharme satisfecha.
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