2ª Visita: Museo de Historia de Madrid.

Museo de Historia de Madrid.

 Visita realizada el jueves 20 de septiembre de 2018.

 Este museo se localiza a escasos metros del hogar del Romanticismo, en Tribunal, por lo que resulta un plan cultural muy interesante para cualquier tarde (además de que no supone ningún gasto económico). Ocurre lo contrario que en el museo del Romanticismo, y es que este museo genera unas expectativas en su fachada que, en lo personal, no se cumplen en su espacio interior. En esta valoración tengo en cuenta únicamente el aspecto físico del museo, del propio edificio en sí, pues ahora procederé a comentar su contenido interior (tampoco decepcionante). Su interior carece de esencia y personalidad, limitándose al parqué clásico de madera, pero queda compensado con los objetos que cobija.

 La portada de la fachada se avalancha sobre uno en cuanto la divisa. El contundente carácter barroco de ésta queda presente sin duda alguna, llegando incluso a agobiar al transeúnte con ese aire exuberante del estilo. El encargado de dicha obra en forma de vano es Pedro de Ribera, artista del más puro Barroco español del siglo XVII. Las dimensiones de la fachada, junto con sus grandes contrastes de luces resultado de un excelente tallado de figuras, crean en sí mismo una obra de arte aparte. Resulta irónico conocer la historia del museo pues antes de sus múltiples reformas era, originalmente, el antiguo Hospicio de San Fernando. La historia que gira al rededor del edificio le confiere sus características propias, pues tras todas las reformas y cambios a los que ha sido sometido han creado en él una gran miscelánea artística. Durante un tiempo recibió obras de lo más variopintas de distintas instituciones como el Museo del Prado, la Academia de Bellas Artes, el Museo arqueológico... Además de los objetos que alberga, el museo ha sido testigo de todos los cambios que la ciudad de Madrid ha sufrido desde su inauguración en 1929 hasta la época de la Restauración. Incluso cuenta historias de siglos atrás a través de su colección, ya que esta parte desde la monarquía de Felipe II en 1561 hasta las primeras décadas del siglo XX.

Su colección va desde los cuadros, esculturas y dibujos, a estampas, fotografías, porcelanas, planos, postales, cartas, monedas, abanicos y medallas. Todo ello dota al museo de un aire madrileño en el cual se respiran muchos años de historia. 

El museo está dividido en nueve salas las cuales recogen siglos de historia desde el XVI hasta el XX.
En la primera sala te da la bienvenida un colosal, aburrido e inexpresivo doble retrato Carlos V y Felipe II. En lo personal, no me detengo demasiado en los retratos de la realeza pues aunque estén ejecutados con maestría me parecen totalmente vacíos de vida y le restan expresividad al autor. Sin embargo, justo al voltearme, me invadió una gran soledad con el siguiente cuadro: San Isidro en oración, de Bartolomé Gonzalez.
La imagen desmerece totalmente al cuadro, pero no sabía que se podían tomar fotografías en el museo. Normalmente los cuadros de temática religiosa no me agradan, de hecho me dan incluso miedo, pero este es apabullante. La mirada ascética que el autor consigue es realmente increíble. En persona uno puede apreciar el brillo de los ojos que parecen llevar al santo con Dios. El rostro, absolutamente expresivo y natural, destaca por lo alto en el resto del cuadro, pues no contiene ningún elemento sustancial o fuera de lo común: típicos colores pardos y oscuros de la época así como una perspectiva y profundidad nada impresionantes. Me resulta curioso sin embargo, el esfuerzo que el autor puso en detallar las dos palomas del margen inferior para que parezcan encantadoras. Por lo demás, un cuadro renacentista entre muchos otros.

Siguiendo el recorrido, llega a mis ojos otra obra impresionante. En este caso, no por su mensaje expresivo, sino por su técnica y ejecución. La muerte del conde de Villamediana, por Manuel Castaño en óleo sobre lienzo, pertenece al siglo XIX, pero se aprecian las influencias de años anteriores.
De nuevo, la imagen no dice nada, pero al menos puede apreciarse la influencia barroca en el artista. La luz del farol recuerda al tenebrismo barroco (debido a un punto de luz bajo muy intenso que alumbra lo que al autor le interesa, contrastando con el fondo negro), y la forma de recrear los contrastes de sombras y luces en los pliegues de los ropajes me parecen totalmente envidiables y fascinantes. La amalgama de personajes que se aglomeran en torno al cadáver del conde también hace que uno se detenga a apreciar la gran expresividad e individualismo que poseen cada uno de ellos. Además, la arquitectura que se representa en un segundo plano del cuadro crea una perfecta perspectiva y profundidad. Me gusta mucho el detalle de los edificios del fondo, así como el gran contraste de la luz del exterior al tenebrismo de un primer término. En conjunto, una obra que denota un gran carácter profesional que sin embargo deja ver rasgos de estilos anteriores. 

Un poco más adelante en el recorrido descubro otra pieza que me encandila. El estanque del Buen Retiro, Juan Bautista. Me niego a poner una foto que ilustre este cuadro porque no solo lo desmerece sino que parece otro totalmente distinto. Este es una gran demostración de la historia que el museo reúne, pues ilustra lo que siglos atrás era el gran parque del Retiro. Realmente es un cuadro que puede pasar bastante desapercibido. La perspectiva no dice nada mientras que tampoco hay una composición clara; el color es muy frío y lúgubre y la temática de un paisaje está muy vista. Pero como Luc Tuymans bien expresó una vez, a veces un cuadro que pueda parecer insulso a primera vista puede captar tu atención mediante nimios detalles. En el caso de esta obra, el turbio aire que desprendía el cielo y el agua del estanque me recordaba mucho a otro pintor, William Turner. El estilo de dicho artista que se salía del romanticismo me encanta, pues crea atmósferas neblinosas y dinámicas muy creativas. Y este cuadro me recordó inmediatamente a Turner, por lo que se añade a mi lista de cuadros destacados de esta visita por su lúgubre y húmedo ambiente.

Por último, antes de finalizar el recorrido del museo (incompleto pues se me echó la hora encima), me encuentro con una obra totalmente desgarradora: El hambre de Madrid, de José Aparicia, óleo sobre lienzo.
Este colosal cuadro de estilo neoclásico hace alegoría a la desalentadora situación de hambruna y pobreza a la que fueron sometidos los madrileños durante las invasiones napoleónicas de 1810. La escena del cuadro es impresionante: la parte derecha del cuadro queda ocupada por un grupo de moribundos a cada cual más famélico y devastado por los conflictos. En la parte izquierda, aparecen tres soldados franceses con expresiones casi caricaturizadas que muestran intención de ayudar a los pobres, mientras que estos rechazan su alimento. Esto fue intención del autor para denotar el patriotismo y orgullo que los ciudadanos poseían como para rechazar el alimento que el enemigo les tendía. En cuanto a los personajes, cada uno nos cuenta una historia de horror. Empezando por el hombre anciano casi en el centro de la composición, el cual destaca por ser el único personaje que mira directamente al espectador con los ojos llorosos y rojizos, con una expresión que te hace empatizar al instante. Este hombre hace de sostén para dos figuras, siendo una de ellas una mujer sin vida con el cuello descoyuntado sobre su regazo, mientras acaricia a su bebé inerte. Llama la atención el hombre de al lado rezagado, preocupándose solo por la necesidad de alimentarse con restos, con los pies totalmente entumecidos. Al fondo, se observa otro hombre envalentonado con intenciones de enfrentarse al soldado francés que ofrece pan, mientras que es retenido por su mujer con su hijo en brazos.
En conjunto, una obra de ejecución totalmente neoclásica y academicista la cual no me agrada, sin embargo el mensaje y la expresividad que transmite es tan desgarradora que se incrusta en la retina del espectador para quedarse ahí durante largas horas.

Concluyendo, aún me quedan varias visitas a este museo pues no finalicé el recorrido, pero en general no me llamó demasiado la atención. No posee un estilo propio ni llamativo, y sus obras tampoco despiertan demasiado interés en mí. No obstante, estas obras que aquí expongo consiguieron su propósito: transmitir algo.

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